Comentario
Capítulo XXXV
De otras supersticiones y abusos que tenían los indios
En todas las cosas que salían fuera de los términos comunes, o que podían causar algún miedo y espanto, tenían supersticiones y abusos, y creían dellas mil disparates fuera de toda verdad, que algunos de ellos causan risa: cuando temblaba la tierra, decían que tenían sed ella y las huacas, y que querían beber, y con esto hacían mil ceremonias, y le echaban agua para que bebiese y se hartase.
Si les temblaban los párpados de los ojos o los labios, o los oídos les zumbaban o les temblaba el cuerpo, o tropezaban al salir de su casa a algún camino, decían, y aún dicen, que verán u oirán algo bueno o malo. Bueno, si fue el ojo u oído derecho, y malo, si fue el izquierdo; y al zumbar de los oídos, decían que otros estaban entonces murmurando y diciendo mal dellos. Si al tiempo de salir de casa cargados, no les pesaba mucho la carga, decían que volverían presto, y no les sucedería cosa mala en el camino. Si tenían comezón en las manos, que les darían algo, o que ellos quizás andarían mendigando. Si los pies les hormigueaban, que el curaca o su mandón les mandarían fuesen a algún camino. De manera que cualquiera mudanza del cuerpo la tenían por agüero y señal de algún bueno o malo acontecimiento. Los enfermos se embadurnaban el cuerpo con maíz o con otras cosas, y lo mismo hacían a otros, para sanar de sus enfermedades, o para tener ventura en lo que trataban.
Del espinco, que es una yerba de que usan los indios, olorosas, y con climpi que sacan del azogue, suelen hacer mil supersticiones, y con una flor llamada ciaya, y con otras colores de tierra se embadurnan las caras en tiempo de fiestas o para otros fines malos, añadiendo ceremonias. Algunas naciones se solían señalar los brazos, manos y piernas con fuego, haciéndose rajas y señales para superstición y malos fines.
En el fuego, cuando salta o hace centellas, echan maíz y chicha ti otras cosas para aplacarlo, haciéndole veneración, porque dicen que, pues así salta, es indicio que está enojado y les quiere hacer mal.
Tenían otro abuso que, cuando querían mal a otro y deseaban que se muriese u otro daño, llevaban su ropa y vestidos, y vestían con ellos alguna estatua que hacían en nombre de la tal persona, y la colgaban y maldecían, escupiéndola, y así mismo hacían estatuas pequeñas de barro o de cera o de masa, y las ponían en el fuego, para que allí se derritiese la cera o el barro se endureciese, creyendo que con esto quedarían vengados, o hacían mal al que aborrecían y, finalmente, a este propósito hacen mil ceremonias.
En tiempos señalados y con ciertas ceremonias, aguardando tal edad, que comúnmente era cuando sus hijos se tenían en pie, y los destetaban, los solían trasquilar, que ellos dicen el rutuchicui, juntándose toda la parentela y, después de haber comido, traían al muchacho por todos los que allí estaban, y cada uno le ofrecía, conforme su posibilidad, plata, oro, ropa, lana, algodón y así lo trasquilaban, y luego bebían y danzaban toda la noche, y esta ceremonia era para consagrar la criatura y dedicarla por hija del Sol, y para pedir que aquel niño viva rico y próspero y suceda a sus padres. Esto aún se usa el día de hoy, haciéndolo con mucho secreto y recato, porque no llegue a noticia de los sacerdotes que los doctrinan y los castiguen, y aguardan a cuando hace ausencia del pueblo a otra ciudad, para hacerlo más a su salvo y con más solemnidad y regocijo.
Entre los yngas y gente del Cuzco principal de los orejones, que decían solían agujerear a sus hijos las orejas, cuando llegaban a edad de catorce años, y entonces les ofrendaban plata, oro y ropa, y en todo intervenían supersticiones y borracheras. Esto se hacía para armarlos caballeros y darles señal y armas de nobleza. El día de hoy se ha ido olvidando esto, y, si acaso lo hacen, que es rarísimas veces, es con mucho cuidado y secreto, porque no se entienda, y sin borracheras.
Otro abuso tenían -y aún hoy lo guardan algunos-, y es, en llegando a la edad de catorce años o quince, poner a sus hijos los panetes con ciertas ceremonias. A esto llaman huarachicuy, y en esto usan de muchas fiestas y borracheras, danzando y bailando de día y de noche, y así mismo a las doncellas, cuando les venía la primera flor, sus padres y madres las lavaban y peinaban vistiéndoles ropas nuevas, y les ofrecían algo como a los varones; y otros hacían lo mesmo. Aún no está del todo extinto este abuso y superstición, especial en indios que no acostumbran mucha compañía con españoles, y lo más del tiempo se están retirados en las punas con sus ganados, porque, sin duda, éstos, como saben menos de la policía cristiana, y los curas no los ven tan a menudo ni pueden todavía, tienen asentada en sus corazones la enseñanza y documentos que sus padres y abuelos les dejaron, y lo que les vieron hacer en ocasiones; y no se les arranca de la memoria para olvidarlo del todo y dejalo. Así lo usan con varias ceremonias, que cada día inventan de nuevo, y aún muchos curacas desalmados lo suelen hacer, y dan documentos para ello, consintiendo y tapando a los que tal hacen, y en ello no se pone remedio, y Dios sabe la causa.